viernes, 11 de octubre de 2013
Ella ha caminado por el brocal
de la cisterna que riega
las plantas del vivero
innumerables veces
entre el olor de los gazapos
y los patos.
Aunque le hayan dado muerte
en mil ochocientos cuarenta
su Dios renacerá
de las cenizas de los impíos.
Los dolores del sueño me han traído
la dulzura de su aliento
y la tersura de su pelo
sobre el percal,
y el ver que rebusca la verdad
siempre en las mismas páginas
sin pensar en mí.
Sus breves libros reposan
sobre el pupitre brillante
mientras aprieta en sus manos
algo que ya no está.
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