Hay circunstancias en que los hombres sienten el alborear de una nueva
poética. Esa poética tiene las trazas de algo sustantivo, que no se devela en
un primer escrutinio, sino que requiere una inquisición y una apelación a lo
esencial. Las artes nos han mostrado desde tiempo ha una desintegración y un
deslavazamiento de sus bases, producto, de un lado, de su desproporcionado y
frenético afán de innovación y de otro, del usufructuo que han hecho de su destrucción
el comercio y los medios de información.
Entonces no podemos tolerar, si queremos de algún modo reconocer el
valor de las artes, a ninguna de los elementos que la han enviado a la huesa:
el interés proficuo no podría sernos más refractario en cualquiera de sus
variantes, pero sobre todo, en una primera línea, el que está volcado al
trapaceo con el valor de las artes. Ya sabemos que las obras artísticas tienen
un axis irrestricto que no puede comerciarse en el mercado. Contravenir Esto, si bien no deprecia aquel
valor indestructible, confunde y corrompe la vida de los hombres.
Se supone que cuando las expresiones artísticas se vuelven un fin de
lucro pierden al mismo tiempo toda su originalidad y esplendor, al punto que
parece que el lucro y el valor estético se excluyen mutuamente sin que puedan
mezclarse en ninguna ocasión. Ya sucedió algo así con el portabotellas de
Duchamp y pasa lo mismo cada vez que la excentricidad y rebeillon del artista son disueltas en el cieno de la sociedad
cultural, y así la innovación parece revertida hacia la parálisis.
El arte es el sueño de la cultura: sin ella, el triunfo del orden cerril
sería incuestionable. Y ese sueño frecuentemente se refiere a una nueva
organización de la realidad: es notable que tengamos la capacidad de pensar que
las cosas podrían ser de otro modo: el poeta confía en que esa capacidad
conjetural y regulativa le ha sido infusa, y llega a sostener que un hálito
divino le transmite las formas de la auténtica realidad.
Se observará que repudiamos mucho y que hacemos definiciones por la
negativa: es que como ha dicho Blanshard, “pensar en algo es pensar en sus
relaciones esenciales”. Por lo que según parece, no podemos pensar la Nueva Poética sin sopesar sus
relaciones con la economía del mercado, la política, la violencia institucional
y la sociedad occidental con sus modales y formas de ser.
La poesía inspirada en el Humanismo ha dado réditos en el pasado, pero
ahora se sabe que sus premisas han sido socavadas duramente. Por eso no somos
dueños de creer que el poeta es un sujeto de poesía y que su búsqueda ha de
dirigirse al hallazgo de una sola voz. Ya podemos suponer que el que escribe
poesía es el brazo de una multiplicidad de voces, que no se identifican, sino que luchan agonalmente por la aparición.
La poesía consta de palabras, pero es, en efecto, algo más que ellas. Y
ese algo más sólo puede provenir de un lugar trascendente. Esto se puede
admitir, pero no que un hombre pueda tener comunicación con lo
trascendente través de una expresión
unívoca. Cada uno es asaltado por una miríada de voces: la poesía no las muestra
tal como son, pero las expresa en una forma ordenada y plástica. La que consiga
esta expresión subvirtiendo al mínimo su inefabilidad original, será sin duda
la poesía más alta.
Muy buen artículo Juan, yo creo que hay dos tipos de poesías en la actualidad. Una es la que más conocemos, la más "poética", donde hay un trabajo totalmente noble, y otra es la poesía que tiene un tono desenfadado, despreocupado, que viene (creo yo) de ciertos autores norteamericanos, pero que sin embargo es tan difícil de construir como la primera. No sé, son impresiones mías, de un aficionado.
ResponderEliminarSiempre que dejo un comentario me da la sensación de haber dicho cualquier guasada.
ResponderEliminarno, es cierto! acaso poesia tributaria de w.c. williams. dificil de componer y apreciar, pero buena.
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