A
menudo ir al cinematógrafo es algo gratificante, porque todo lo que se aprecia
en la pantalla es grande y hermoso. La luz y la belleza de los colores y las
formas son los recursos de que se valen los cineastas para trasponer el umbral
de nuestras conciencias y conmovernos hasta hacernos suscribir lo que nunca
hubiéramos creído hallar en nuestro pecho.
Ni más ni menos que aquello me ocurrió durante y después de ver el filme
“La guerra de las galaxias episodio III”. Comencé impresionándome al notar que
artefactos espaciales de las más estrambóticas fisonomías se deslizaban con
naturalidad a través de una profunda noche. (¿Por qué había mirado con embeleso
esa pirámide de letras del comienzo sin
leer lo que decía? Ahora estaba perdido).
La situación del filme, que no carece de interés, es la de una comunidad
interplanetaria de naciones regidas por un primer ministro y un parlamento. El
protagonista es indudablemente un héroe trágico: lo que se advierte según la
lograda forma en que sus escrúpulos van creciendo y por cómo se ve tironeado
por sentimientos dilemáticos acerca de lo que es justo, correcto y digno.
Si alguien se dispone a ver una película como ésta de mal
humor y es, además un genealogista, probablemente no la disfrutará. Porque si
se pregunta de dónde salen todas esas extrañas criaturas que son medio animadas
y medio robóticas, autómatas con peculiar sentido del humor, lealtades,
repentización y cualidades emparentadas con la virtud y la moral; legiones de
robots que se hacen añicos al primer disparo, animales fantásticos que todo el
tiempo parecen abalanzarse sobre el espectador, no hallará respuestas que lo
satisfagan. Tranquiliza un poco el hecho de que Anakin y su maestro se parezcan
bastante a seres humanos, dotados de poderes... bastante compatibles con
las fantasías humanas (hasta Per Abatt
habrá soñado con quebrar en dos a su prójimo de un golpe de espada).
Hay algo con respecto a lo cual la película es bastante explicativa: la
madre del muchacho ha sido muerta, (y probablemente ultrajada) por una tribu de
tipos que son como una especie de tuaregs, de los que él ha dado cuenta con una
noción de justicia naturalmente ajena a la regla de oro. La cuestión que a mí
me interesa destacar es que no ha dispuesto de su madre como le sucede
normalmente a cualquier niño o joven occidental. Su ignaro desconocimiento del
carácter femenino se evidencia en las torpezas en que se ve al expresar sus
sentimientos a su amada, afirmando, v.g. que el hecho de que se encuentre
hermosa se debe a que él está muy enamorado de ella, lo que lejos de agradarla,
la turba.
La falta de una familia que lo hubiese
tutelado suficientemente, la subitánea ausencia de su madre –que se plantea en
episodios anteriores del relato- es determinante, creo yo, para la descripción
de Anakin que se propone: altivo y megalómano, siempre cree estar menoscabado
por la situación; mezquino, desconfiado y lábil, quiere disponer de poderes
crecientes que no está facultado para tasar y emplear en forma adecuada;
impulsivo y exageradamente sanguíneo, hace lo que desea, pero es incapaz de
deliberar sin ser influido por la opinión de los demás.
Su inhabilidad moral pretende reflejar el fracaso de una comunidad que
propugna los valores cívicos en detrimento de los filiales. Quiere decir que
una sociedad de derecho es como una nuez vacía o un muñeco relleno de paja si
no ha sido alimentada desde el comienzo por el amor parental y si quiere
prescindir de los afectos. Por consiguiente, nuestra suscripción a los
contratos obedecería menos a una evaluación racional de las características de
las leyes a las que nos obliga, que a una serie de apelaciones a la cesión
abnegada y el amor a cosas abstractas como la patria, la autoridad divina o una
determinada forma de gobierno. En un momento dramático el maestro Obi Wan
afirma que no puede aceptar determinadas circunstancias por estar comprometido
con la “democracia”. Anakin no escucha su voz, que se pierde en la vorágine de
la película. La sordera de Anakin significa, según creo, la tesis de que no
podemos guardar amor y fidelidad a la democracia si previamente no hemos
aprendido a ser amorosos y fieles en un sentido más primordial, en nuestra
familia y con nuestra madre.
¿Qué decir de lo que sigue? Skywalker,
insensible y ciego, casi mata a su grácil compañera y muere a manos de Kanobi,
a quien parece no reconocer y afirma odiar. Además adquiere, por vías discutibles,
unos poderes que malgobierna e ingresa en una especie de delirio persecutorio
que acaba por matarlo. En el interín, la protagonista sucumbe pero los pequeños
niños que gestaba nacen. ¿Y qué hacer con ellos? Que el estado tome decisiones
privadas es monstruoso para casi todo el mundo, pero a veces no queda otra. Los
parlamentarios se reúnen y se ponen de acuerdo. Una de las imágenes finales
muestra a Kanobi entregando a uno de los pequeños críos a una pareja joven que
vive precariamente, en un paraje desierto.-
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