Sospecho desde hace un tiempo –separándome
ligeramente de la prestigiosa opinión de otros autores- que si hubiera que
señalar tres sentimientos o pensamientos que sean una vía de acceso a la
Filosofía, en tanto aproximación racional a la estructura del mundo, o
consideración meditada sobre los estados o circunstancias de la vida humana,
estos serían probablemente la Tristeza, el Miedo, y la Conciencia de la propia
muerte.
La
Tristeza: es el fondo de nuestros pensamientos, en el
sentido de que, cuando no experimentamos alguna tendencia en particular o nos
encontramos fuera del influjo de cualquier estímulo de excitación, ilusión o
conjetura sobre el futuro, nos sentimos
tristes. Dicho más sencillamente: nos sentimos tristes cada vez que no sabemos
muy bien cómo deberíamos sentirnos. Es decir que la tristeza ejerce sobre
nuestro temperamento una fuerza de atracción que necesitamos rehuir a través
de diversos inductores de un principio contrario, que para simplificar podría
denominarse “alegría”. En la línea que se presenta aquí dijo Séneca: “La tristeza, aunque esté siempre
justificada, muchas veces sólo es pereza. Nada necesita menos esfuerzo que
estar triste.” Cabe entonces formularse preguntas de la siguiente índole: ¿Por
qué estoy triste? ¿Es justificado que me sienta triste en éstas condiciones?
¿Cómo puede ser que me oponga a lo que sucede efectivamente, y necesite la
realización de estados de cosas que surgen de mi imaginación para abandonar el
sentimiento de tristeza?
El miedo: el hombre de la cultura primitiva construye un bagaje de
pensamientos míticos en el que tienen un lugar primordial las imágenes
atemorizantes que instan a adoptar ciertos comportamientos por temor a
represalias y consecuencias funestas como la muerte, la condenación o los
castigos físicos o psicológicos. En la mayoría de las sociedades se alientan
las fantasías acerca de monstruos, brujas, animales de singular ferocidad diseñados a partir de la combinación hipotética de características de
animales reales, o simplemente seres espirituales malignos de complexión
incógnita. En la adultez, sobre todo en la sociedad occidental modernizada pero
también probablemente en otras, esta caracterización de los factores de miedo
se desplaza hacia los fantasmas de la pobreza, el escarnio social, los
sufrimientos, los reveses de la fortuna. El miedo puede preservarnos del
peligro, pero también a menudo puede paralizarnos o volvernos estúpidos.
Spinoza sostenía que el miedo era amigo de la superstición, que a su vez es
enemiga del pensamiento racional. Si estamos alienados por el miedo podemos
suscribir teorías absurdas o inmorales, por eso advirtió Sófocles que el Miedo
le iba muy bien a la tiranía. Puede entonces uno preguntarse, ¿Por qué y de qué
tengo miedo? ¿Se justifica que tema a tal objeto, criatura, situación o
posibilidad? ¿Por qué temo a cosas imaginarias sobre las cuales no tengo
ninguna evidencia o sobre las que ni siquiera tiene sentido pensar?
La conciencia de la propia muerte: sabemos que vamos a morir, o mejor dicho, lo
suponemos en vistas de que mueren otras personas y otros seres naturales, y
sentimos las consecuencias del paso del tiempo y de nuestras limitaciones, por
lo que llegamos a la conclusión de que es estrafalario pensar que
seamos inmortales. Pero nuestra cotidianidad se desenvuelve al margen de la
tesis de que vamos a morir, parece que lo olvidamos en la medida en que nos
perdemos en la rutina de nuestras acciones o nos preocupamos de algunos
intereses efímeros. Esta falta de conciencia nos hace perder perspectiva sobre
las prioridades, abrigar esperanzas desmesuradas sobre logros triviales,
angustiarnos por circunstancias que tienen una dimensión relativa y
desconocer la importancia de meditar acerca del sentido de nuestra vida y los
propósitos, tareas o experiencias que deberían alentarla. Para el platonismo la
vida es una preparación para la muerte, pero Epicuro sostenía, lúcidamente, que
la muerte no debería ser un problema para mí, pues yo mismo no podré
experimentarla cuando ella advenga. No obstante podríamos preguntarnos, ¿Qué quiere
decir exactamente que voy a morir y cómo afecta eso mi concepción actual de la
vida? ¿Sería más compatible para mi felicidad el vivir como si nunca fuese a
morir, o tomando conciencia de la dimensión finita de mis acciones y
aspiraciones? ¿Por qué tiendo a
aferrarme a la vida y temer a la muerte, aun cuando ésta representaría el fin
de los dolores y tribulaciones?
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