lunes, 8 de abril de 2019

Orígenes de la Filosofía



 Sospecho desde hace un tiempo –separándome ligeramente de la prestigiosa opinión de otros autores- que si hubiera que señalar tres sentimientos o pensamientos que sean una vía de acceso a la Filosofía, en tanto aproximación racional a la estructura del mundo, o consideración meditada sobre los estados o circunstancias de la vida humana, estos serían probablemente la Tristeza, el Miedo, y la Conciencia de la propia muerte.

La Tristeza: es el fondo de nuestros pensamientos, en el sentido de que, cuando no experimentamos alguna tendencia en particular o nos encontramos fuera del influjo de cualquier estímulo de excitación, ilusión o conjetura  sobre el futuro, nos sentimos tristes. Dicho más sencillamente: nos sentimos tristes cada vez que no sabemos muy bien cómo deberíamos sentirnos. Es decir que la tristeza ejerce sobre nuestro temperamento una fuerza de atracción que necesitamos rehuir a través de diversos inductores de un principio contrario, que para simplificar podría denominarse “alegría”. En la línea que se presenta aquí dijo Séneca: “La tristeza, aunque esté siempre justificada, muchas veces sólo es pereza. Nada necesita menos esfuerzo que estar triste.” Cabe entonces formularse preguntas de la siguiente índole: ¿Por qué estoy triste? ¿Es justificado que me sienta triste en éstas condiciones? ¿Cómo puede ser que me oponga a lo que sucede efectivamente, y necesite la realización de estados de cosas que surgen de mi imaginación para abandonar el sentimiento de tristeza?

El miedo: el hombre de la cultura primitiva construye un bagaje de pensamientos míticos en el que tienen un lugar primordial las imágenes atemorizantes que instan a adoptar ciertos comportamientos por temor a represalias y consecuencias funestas como la muerte, la condenación o los castigos físicos o psicológicos. En la mayoría de las sociedades se alientan las fantasías acerca de monstruos, brujas, animales de singular ferocidad diseñados a partir de la combinación hipotética de características de animales reales, o simplemente seres espirituales malignos de complexión incógnita. En la adultez, sobre todo en la sociedad occidental modernizada pero también probablemente en otras, esta caracterización de los factores de miedo se desplaza hacia los fantasmas de la pobreza, el escarnio social, los sufrimientos, los reveses de la fortuna. El miedo puede preservarnos del peligro, pero también a menudo puede paralizarnos o volvernos estúpidos. Spinoza sostenía que el miedo era amigo de la superstición, que a su vez es enemiga del pensamiento racional. Si estamos alienados por el miedo podemos suscribir teorías absurdas o inmorales, por eso advirtió Sófocles que el Miedo le iba muy bien a la tiranía. Puede entonces uno preguntarse, ¿Por qué y de qué tengo miedo? ¿Se justifica que tema a tal objeto, criatura, situación o posibilidad? ¿Por qué temo a cosas imaginarias sobre las cuales no tengo ninguna evidencia o sobre las que ni siquiera tiene sentido pensar?      

La conciencia de la propia muerte: sabemos que vamos a morir, o mejor dicho, lo suponemos en vistas de que mueren otras personas y otros seres naturales, y sentimos las consecuencias del paso del tiempo y de nuestras limitaciones, por lo que llegamos a la conclusión de que es estrafalario pensar que seamos inmortales. Pero nuestra cotidianidad se desenvuelve al margen de la tesis de que vamos a morir, parece que lo olvidamos en la medida en que nos perdemos en la rutina de nuestras acciones o nos preocupamos de algunos intereses efímeros. Esta falta de conciencia nos hace perder perspectiva sobre las prioridades, abrigar esperanzas desmesuradas sobre logros triviales, angustiarnos por circunstancias que tienen una dimensión relativa y desconocer la importancia de meditar acerca del sentido de nuestra vida y los propósitos, tareas o experiencias que deberían alentarla. Para el platonismo la vida es una preparación para la muerte, pero Epicuro sostenía, lúcidamente, que la muerte no debería ser un problema para mí, pues yo mismo no podré experimentarla cuando ella advenga. No obstante podríamos preguntarnos, ¿Qué quiere decir exactamente que voy a morir y cómo afecta eso mi concepción actual de la vida? ¿Sería más compatible para mi felicidad el vivir como si nunca fuese a morir, o tomando conciencia de la dimensión finita de mis acciones y aspiraciones?  ¿Por qué tiendo a aferrarme a la vida y temer a la muerte, aun cuando ésta representaría el fin de los dolores y tribulaciones?

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