lunes, 22 de abril de 2024

Carta a un amigo que vuelve al país.

  


 Argentina: bien al sur. Podrás decir que todo aquí es chato, gris, obscuro y complejo. Esta tierra tiene la belleza de lo feral: una narrativa construída a partir de los anhelos de supervivencia de unos españoles que un día llegaron al estuario y se dieron  cuenta de que no había nada. Después de eso, se afincó la violencia, la incuria y la rebeldía sin sentido del habitante de la Pampa.


Vivir aqui es difícil porque el argentino baila una danza eterna entre el asentimiento a sus expoliadores que le prometen una hipotética prosperidad, y sus espasmódicas reacciones al advertir que lo estaban engañando. Siempre lo engañan y siempre sabe que lo van a engañar. Parece absurdo, pero es lo que nos pasa a todos todo el tiempo.  No se puede confiar en nadie, y no se puede vivir sin confiar. 


Acá vas a encontrar que todo es dificultoso. La gente es hostil, está  angustiada, nerviosa. La inmensa mayoría de la gente no sabe hacer buenas interpretaciones sobre lo que sucede,  se frustra porque infiere que todo está mal, y no es capaz de entender por qué. La gente es atolondrada -desde luego, me incluyo-  no porque naturalmente esté incapacitada para comprender, sino por la alienación que produce una urdimbre de discursos en la que se ve envuelta, y que le impiden desarrollar adecuadamente su pensamiento crítico. 


La realidad política de la Argentina, caótica, desproporcionada y delirante, es el emergente de una sociedad fragmentada que ha renunciado a la averiguación de la verdad. Los que promueven el discurso circulante apelan a fibras íntimas de tendencia reaccionaria. Eficientismo, meritocracia, represión, oclusión de lo diferente, son ideologías que casan muy bien con una ética del deterioro general de los valores altos, la ausencia de una consideración sobre las virtudes y las posibilidades de una buena vida. Esta ausencia se refleja en empecinadas expresiones, teatralmente infantiles, acerca de lo acertado que está uno mismo y lo equivocados que están los demás; y en una histérica repetición irreflexiva de consignas estereotipadas y falaces. 


A pesar de todo, se vive. Como en algunas distopías literarias, no han logrado suprimir del todo la invocación de un principio de Comunidad, hay células de amor y solidaridad soterradas. Algunos, incluso, sueñan con el regreso a una antigua Ciudad Dorada, y creen que en aquel fangal original, puede sembrarse la semilla de una nueva y gloriosa nación. La antropología del egoísmo y la violencia no se ha impuesto del todo, creo yo, porque sus fundamentos teóricos son demasiado artificiosos, y la imagen de su destino final es bastante difusa. Porque a pesar de los supuestos anhelos de objetividad, sus caracterizaciones siempre están teñidas de efusividad y exageración. 

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