El hecho de que haya en el mundo hombres y animales, de que el hombre sea asimismo un animal, y el único animal, según parece, capaz de estudiarse a sí mismo y a los demás, es algo que ha preocupado a los hombres al menos desde la época de Platón y Diógenes de Sínope. Incluso una Historia de los animales fue compuesta alguna vez por Aristóteles. Aquí no podemos permitirnos hablar de todo eso en términos demasiado amplios: más bien debemos delimitar un poco la esfera de nuestros actuales intereses.
Es probable que exista un ingente cuerpo de teoría sobre la cuestión del conocimiento animal en general y de los primates en particular. Las consideraciones sobre el tema, esquemáticamente, van desde la pura y dura fijación del concepto de pensamiento (fundado, por ejemplo, en la posesión de creencias) hasta la apelación a experiencias y anécdotas que dan cuenta de que las bestias son capaces de hacer algo que nosotros consideramos que es pensar. Se dice que un chimpancé llamado Washoe, criado por T. y A. Gardner, fue capaz de aprender muchas señas del lenguaje para sordomudos y enseñarlo a otro chimpancé de nombre Louis. Además, se ha notado que los chimpancés pueden integrar informaciones sensoriales separadas, reconocerse en el espejo, recordar sucesos muy distantes en el tiempo, y formular planes para lo sucesivo. Incluso, hacen clasificaciones a partir de criterios diferentes cada vez, y combinan signos de una manera francamente original, como el chimpancé que llamó a la nuez fruta roca y al Alka-Seltzer la bebida que se oye. Una hembra pequeña de bonobo llamada Kanzi aprendió, según parece, un gran número de palabras, y llegó a comprender las órdenes bastante precisas que se le impartían para que manipulara ciertos objetos.
Es entendible, de todas formas, que los filósofos sean renuentes a aceptar en estos animales la capacidad de reconocer entidades abstractas, tener un sentido de la identidad personal y hacer algún tipo de inferencia. El argumento de hierro es que como ellos no pueden hablar, nunca puede saberse estrictamente lo que están pensando, si es que lo están haciendo. Aún más: si ser pensante es ser intérprete de un lenguaje, y para ser interprete de un lenguaje hay que disponer de un lenguaje (un lenguaje proposicional, gramatical, y así) los primates están muy lejos de poder pensar, aunque haya quienes digan lo contrario. Los que pueden hablar, claro.
Más allá de toda esta interesante cuestión, hay que sopesar que si lo que se quiere estudiar es el comportamiento social, lo más apropiado sería observar a los animales en su ambiente natural o “nicho”. Esto (inconveniente, a buen seguro, para un estudio meticuloso de las potencialidades cognitivas individuales, acaso mejor orientado en el laboratorio) es indispensable para comprender las formas de interacción de los animales con sus congéneres en su contexto de crianza, y las expresiones de agresión intra-específica que puedan observarse. Así lo concebía aproximadamente la baronesa Jane Goodall: “es más fácil estudiar la destreza mental en el laboratorio, mediante cuidadosos y elaborados test y con un juicioso empleo de los datos, puesto que los chimpancés pueden verse animados a superarse a sí mismos, a exprimir sus mentes hasta el límite. Tiene más sentido realizar los estudios en la jungla, pero resulta mucho más dificultoso. Tiene más sentido porque podemos comprender mejor la presión ambiental que conduce a la evolución de la habilidad mental en las sociedades de chimpancés…En la jungla, una simple observación puede tener un gran significado y constituir la clave de algún enrevesado enigma de ciertos aspectos del comportamiento.”
Es un punto interesante de escrutinio el de si las conclusiones que podemos extraer de la vida social de los animales son aplicables, en alguna medida o en algún sentido, a las sociedades humanas. Dicho bastamente, si podemos ir en vías de explicación “del animal al hombre.” Esa pregunta es la que inspira el artículo de Haldane “El argumento del animal al hombre”, en el cual, a pesar de que el autor dice “acaso la psicología humana es tan diferente de la de un chimpancé como la de un chimpancé respecto a la de un pájaro” considera luego que “a partir de un estudio de cómo los animales alteran su conducta, y los procesos llamados condicionamiento, aprendizaje, memoria, etcétera, podemos, según creo, aprender bastante acerca de cómo los seres humanos individuales alteran su conducta, y eso tiene aplicaciones a la psiquiatría humana.” Esto involucra de una manera palmaria el asunto de la domesticación, tanto sea tal como existe en los animales o en cuanto es postulada para los seres humanos. Haldane se refiere a las afirmaciones de K. Lorenz sobre la domesticación, e invoca los trabajos de 1934 en los que se afirma que la civilización habrá de perecer a menos que una “política racial científica” pueda prevenirlo, y se perora sobre el “valor de la pureza racial”. Hemos hablado sobre esos trabajos en otro lugar, por lo que vamos a soslayarlos momentáneamente.
Haldanel acepta la idea de que el hombre sea un ser “no-especializado” en muchos aspectos desde el punto de vista animal. Empero destaca que “ningún otro animal puede nadar una milla, caminar veinte, y luego trepar a un árbol de cuarenta pies. Muchos hombres civilizados pueden hacer esto sin dificultad. Por eso, es una simpleza el considerar al hombre como físicamente degenerado.” Algunos otros elementos permiten poner en entredicho la idea de que el hombre sea un animal “domesticado”. Haldane señala que todos los antepasados salvajes de los vertebrados terrestres han sido eminentemente sociales, por lo tanto, los descendientes domesticados observan patrones de comportamiento similares. No obstante, puede decirse que con la domesticación decae la comunicación con miembros de la propia especie, cuyas formas son atrofiadas o simplificadas. En el hombre no sucede algo por el estilo, pues se trata, como sabemos, de un ser hipertróficamente comunicativo.
Pero que el asunto de la domesticación sea controvertible no implica que deje de existir un acusado interés en el estudio comparativo entre el animal y el hombre, en particular, en las formas de transmisión cultural. Según Haldane, “la diversidad del comportamiento humano depende tanto de las diferencias innatas como de las diferencias culturales. Hay, presumiblemente, diferencias en la mediana capacidad innata de los grupos humanos para variadas formas de realización. Pero las diferencias entre miembros de un grupo son más grandes que la diferencia media entre grupos. Por eso el ambiente, y en particular la tradición, son más importantes que los factores innatos a la hora de establecer las diferencias entre las culturas humanas. El estudio de la tradición animal es, luego, importante para los antropólogos.”
A continuación, Haldane se pregunta si acaso existe tradición entre los animales. En rigor, hay muchas actividades animales que son instintivas, incluidas en ello un número de actividades sociales que son aprendidas en soledad. El “lenguaje” de las abejas (tal como ha sido estudiado por Von Frisch (1950), Lindauer (1951) y Haldane y Spurway (1954)) consiste en un repertorio de movimientos simbólicos que aparentemente son ejecutados y asumidos sin aprendizaje. Hay asimismo pájaros que cantan una perfecta canción desde la rotura del cascarón. Haldane quiere sugerir que esa ha sido también la situación del hombre durante largos períodos de su historia evolutiva: “en el paleolítico inferior, la técnica de astillar la piedra continuó con muy pequeños cambios por períodos de más de cien mil años. Me parece posible que haya sido algo tan instintivo como la fabricación de las telas de araña, aún cuando la mayoría de los astilladores hubiesen visto a otros hombres astillando piedra. El asumir que esas técnicas fuesen aprendidas me parece una interpretación antropomórfica de seres que apenas eran pre-humanos.” Pero hay aves, como el pinzón británico, que aprenden a cantar socialmente: de otro modo, su canto resulta irreconocible. Haldane advierte que “en nuestra propia especie un aprendizaje indebido en una etapa precoz es probablemente hostil a la cultura. No hay duda de que aprendemos algunas cosas importantes de nuestras madres, pero aprendemos cosas aún más importantes de la sociedad, y muchas culturas marcan la transición de un tipo de aprendizaje a otro mediante ritos especiales.”
Haldane toma como motivación la pregunta formulada alguna vez por Hediger: ¿De qué modo se parece el hombre sicológicamente a otros mamíferos, más allá de sus necesidades fisiológicas, y en que sentido mayormente difiere? Hediger afirmaba que el hombre y el animal, en ese caso, se parecían en la territorialidad, y diferían en el temor crónico, privativo del mamífero no-humano. Haldane se pregunta si los animales emplean objetos materiales para la comunicación. Ciertamente, a efectos de marcar el territorio de que hablaba Hediger, los mamíferos dejan marcas de su olor particular a través de secreciones corporales. En cuanto a los hombres, esas marcas proceden más bien a través de estímulos visuales.
La presencia de rasgos culturales en animales se ilustra, por ejemplo, con las averiguaciones de Kuo (1938) según las cuales los gatos no matan ratas o ratones si no han sido enseñados a propósito por sus padres. Se ha probado además que las ratas separadas de sus progenitores mueren por retención de orina si su uretra no es debidamente estimulada. Ciertos monos japoneses han aprendido y se han transmitido entre sí la costumbre de lavar boniatos o arrojar trigo a un espejo de agua para separarlo de la arena. Unos cuervos de Inglaterra (parus major) inventaron la práctica de picotear la tapa de las botellas de leche que eran depositadas en el umbral de las puertas, para beber el contenido. Los chimpancés de África oriental “pescan” hormigas valiéndose de una rama despojada de sus hojas, y los de África occidental usan un tronco para romper el fruto de la palma. Esos hallazgos están muy bien, pero Haldane duda de que, en el caso de la organización social, ésta pueda atribuirse principalmente a la tradición. Eso no quiere decir que no puedan producirse en absoluto transformaciones sociales en las especies animales: “los vertebrados tienen que aprender sus funciones en la sociedad en que nacieron. Y la estructura de esa sociedad varía con el número, el medio ambiente, el temperamento de sus miembros dominantes, y demás. Pero hay cuando menos una pequeña evidencia de que las circunstancias inusuales, ya económicas o individuales, pueden introducir un cambio en la estructura social en el transcurso de muchas generaciones, como ocurre en las sociedades humanas.”
Hay rasgos del comportamiento humano que son instintivos: “todos los críos ‘saben’ que las cosas dulces son buenas para comer. Tal ‘conocimiento’ puede ser desde luego erróneo, como cuando un niño se envenena con acetato. El alcance del conocimiento instintivo humano es limitado, y nosotros sentimos su carencia. La libre voluntad es una pesada carga que llevar.”
Haldane espera que su indagación -referida a los términos en que el equivalente de la actividad social humana se encuentra en los animales, y si esto depende de la tradición- suministre una base para la antropología cultural. En ese sentido, los antropólogos serían capaces de aclarar algún interrogante si lo plantean en términos traducibles al comportamiento animal, y los datos sobre etología animal podrían echar luz sobre los orígenes del comportamiento humano, y en particular, sobre su extrema adaptabilidad. Según el autor, nuestras relativas dificultades para comprender el comportamiento social de los mamíferos, obedecen a que este comportamiento se basa en gran medida en señales olfativas, a las que no podemos captar, porque hemos perdido las capacidades para ello en el curso de la evolución. La emancipación progresiva respecto de los instintos constituye, en este esquema, un rasgo esencial en el desarrollo de la especie humana: “nuestra relativa carencia de instintos nos ha capacitado mucho para adaptarnos a los cambios que hemos realizado y estamos realizando en nuestro ambiente. Se encuentran en nosotros, de todos modos, vestigios de instintos, con lo que quiero significar en este contexto la consumación de emociones y acciones características por causa de algunos signos-estimulo arbitrarios, en escalas insospechadas.”
Retornando a la respuesta de Hediger en virtud de la cual el hombre difiere de los mamíferos en general en el aspecto no ser crónicamente amedrentado, Haldane dice que los ancestros del hombre tuvieron efectivamente esa cualidad, al enfrentarse a grandes carnívoros que amenazaban su subsistencia. Desde la desaparición de ese peligro potencial, hemos poblado el mundo de duendes perturbadores y seres sobrenaturales cuyas fisonomías inspiran miedo, y que vienen a cubrir una necesidad emocional. La frecuente invención de objetos imaginarios de miedo es un elemento que persuade a Haldane de que el estudio sobre los animales puede decir bastante sobre el inconsciente y la conducta irracional en los seres humanos.
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