MARINA, O LA BELLA BESTIA.
Una noche me invitaron a tocar unas canciones en un pequeño centro cultural que estaba cerca de la Unión Árabe. El número principal era un conjunto que integraban mis amigos Mauro y Kiko: batería, bajo y fuertes guitarras. Yo aparecí solo en el escenario frente a un atril, mis tañidos sonaban tristes y débiles y mi voz, oscura y vibrante al interpretar algunos clásicos del folk. Recuerdo la canción de Stephen Bishop "Only love" y tambien la hermosa balada de James Taylor "Never die young".
Pero antes del recital hubo una larga espera. El ambiente era flemático, hosco, algo incómodo. Allí estaba Pablo Di Iorio, un cineasta petulante, pero al fin simpático, que me miraba con cierta conmiseración. Recuerdo que intercambiamos algunas impresiones sobre ese recital cumpleaños 50 de David Bowie. También creo que estaban presentes algunos conocidos músicos, Nacho Fasciglione, Nicolás Parducci. Pero yo permanecía solo en un rincón, y más bien diría que iba cambiando de rincón, atenazando en mis manos un frío vaso de vino. Las conversaciones versaban sobre temas variados, desde las cualidades técnicas de Jimmy Connors hasta el vestido azul de Ségolène Royal.
En el mismo local, deslizandose a través de las habitaciones, de las mesas que exhibían artesanías, estaba Marina. Flaca, femenina, de mirada oblicua, era muy bella a su manera, fumando con prestancia. Pensé en hablarle en algún momento, y estoy seguro de que si lo hacía, aunque al comienzo se mostrase remisa o desconfiada, hubiese podido entablar algún tipo de conversación. Pero no me sentía lo suficientemente suelto. Había creído entrever en ella, no sé por qué, una cierta inclinación hacía mí.
Me fuí a casa turbado por la belleza de Marina, y culpandome por no haberle dirigido cuando menos alguna pregunta intrascendente. Es que esa noche andaba falto de confianza.
Un veintinueve de octubre, me decidí a escribirle un mensaje cordial, pero temerario:
"Hola Marina, mi nombre es Juan. Simplemente quería preguntarte si aceptarías una invitación mía a tomar un café. Saludos."
Pasó un tiempo en que no hubo respuesta, aunque pude comprobar que ella había leído el mensaje. A los pocos días, un cuatro de noviembre, acaso para incentivarla a contestar, o para llamar su atención, le envié un video de la canción de Neil Young llamada "Harvest Moon". Craso error. La respuesta de Marina no se hizo esperar y cayó sobre mí con una brevedad terrible:
"Quien te conoce a vos? Sos un asco acosador! Con esa cara ni una cucaracha te puede dar bola. "
Nunca voy a olvidarme de Marina: la bestia rubia. Bella, fina, elegante, ligera, ladina y violenta como una onza.
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