AHORA QUÉ PASA.
Hay que pensar
en la naturaleza ética del Nuevo Orden que se acaba de instaurar y sus
discrepancias con al anterior. Particularmente, en la concepción del Yo (el
agente político o el gobierno) como una “heteronomía esencial”: los que
constituyen a ese Yo son los otros a partir de sus actos de designación u
ostensión: los otros estaban primero: el “Tu” estaba llamando al Yo antes de
que éste sea Yo. Esto era preconizado por el gobierno populista que acaba de salir,
con la expresión sumaria La patria es el Otro.
La precedencia del Tú subordina al Yo al mandato. Esto no es menos que una
especie de apropincuamiento de las relaciones políticas a una ética de la Revelación , y quisiera
usarlo como un barrunto ligero, pero explicativo, acerca de las constantes demandas
de legitimidad, corroboración, asentimiento, de los gobiernos sudamericanos
populistas o progresistas, expresados en un sinnúmero de elecciones, referéndums
e interpelaciones al pueblo como un acto continuo de realimentación. El interés
de estos gobiernos, o uno de sus laudables intereses, es el de seguir de cerca
las aspiraciones sociales para interpretar adecuadamente sus demandas de
cambio, mientras la sociedad, como era de esperarse, reacciona frente a eso a
través de un juego esquivo y perverso. El dilema del populismo de izquierdas o
centro izquierdas es que debe hacer el gambito de tratar a su electorado como
si fuese formado, racional y emancipado (por eso los eslóganes del candidato
perdidoso en la elección pasada que rezaban “la gente no es tonta”, y así) a
sabiendas de que se trata de un público infantil, egoísta y malicioso. Estas
relaciones de amor frustrado del gobierno populista con su pueblo (recordemos
el aserto de Eva Perón: “si este pueblo me pidiera la vida, se la daría
cantando”) son la antesala óptima para el advenimiento de la derecha que sabe
como tratar al pueblo dándole el rigor que éste merece y desea.
El pueblo “empoderado” puede comenzar a
abrigar una serie de fantasías megalómanas que no tienen que ver precisamente
con una vida virtuosa, sino con la aniquilación propia y ajena, con el
usufructuo y destrucción de todo, porque la muerte es hermosa. El pueblo es un
elemento ladino que se niega obstinadamente a amar a quien lo ama.
Cuando llega la derecha, con una lógica
sacrificial: hay que aguantar, soportar, pasar 30 años en el desierto, con
políticos que parecen pastores de iglesia electrónica esquilmando a los pobres,
sometiendo aviesamente sus conciencias, exige una unción definitiva, inspirada
en el viejo contractualismo: una cesión de la soberanía que ya no puede
revocarse. El pueblo cede el bastón al presidente y le pide que no lo perturbe,
que haga lo que quiera, siempre que conserve la vida y los bienes y encarcele o
mate a los ladrones. Aunque parezca mentira, esta concepción anticuada y
ramplona de la política inspira a buena parte de las personas que van a votar.
No hace falta explicar cómo se lo monta la derecha para implementar políticas
que engordan a los ricos y postran a los pobres cuando todos duermen o incluso
a ojos vistas. Para cuando se viene la
marea de la disidencia, ya se obturaron todos los canales de debate,
interrogación, opinión. El Nuevo Orden
habla de “los cambios que todos queremos” afirmando, curiosamente, que deben
ser implementados por la fuerza.
Uno de los peores vicios del progresismo es
su falta de lucidez para interpretar el sistema político en el que está
inscrito, pero hay que eximirlo de culpa porque no es tarea fácil. El sistema
de partidos argentino tiene algo del bipartidismo norteamericano de campaña: el
balotaje lleva a una estupidización de los mensajes que se intensifica cuando
todos están demasiado cansados para reaccionar. Aunque parezca mentira (de
nuevo) el cansancio permea la penetración de latiguillos abstrusos y genera una
falta de sentido crítico ante las acusaciones personales más crasas (pensemos
en los periodistas norteamericanos que afirmaban “el candidato Obama es un
fumador de cigarrillos”) hasta llegar a los estólidos debates televisivos,
amañados para que se hable y se interprete lo que quieren los periodistas y
filibusteros políticos del establishment.
En otro sentido,
el sistema de partidos argentino marca la desaparición de dos fuerzas
tradicionales de “centro” a favor de una creciente volatilización: esto es malo
para los movimientos “transversales” que quieren captar el voto progresista. El
elector se desorienta y desalienta ante una gran diversidad de opciones, como
en el caso de la fuerza política llamada “Frente para la victoria” que presentó
siete candidatos (¡) a alcalde de la ciudad de Buenos Aires en una elección
interna. En eso y otras cosas, el sistema político y de partidos argentino se
parece al de algunos países africanos: fuerzas de derechas –durante años
representadas por el partido militar- prometiendo mano dura con la corrupción y
la insurrección, y un electorado supersticioso y bamboleante que se pregunta
“¿habrá que votar a este o al otro?” con una sofisticación adicional: la
perfecta inconsciencia de la corrupción moral que representa no tener siquiera una idea política y estar al abrigo de
los mass media y el lobby de sus
propios malhechores.
¿Y que decir de la beldad llamada Izquierda?
El regodeo literario de decir que los candidatos de derechas y los de centro
son “lo mismo” (después de todo, si uno prescinde de ser lo suficientemente
crítico, los pinos y los abetos son “lo mismo”, el Cabernet Sauvignon y el
Bonarda son “lo mismo”, Barcelona y Real Madrid son “lo mismo”) culmina en una
sorda culpa por el triunfo de la derecha acérrima, acallada por la aseveración,
expresada con una sonrisa incómoda, de que la Izquierda “sabía” que la
derecha iba traer ajuste…¿Se ufanan de saber lo que cualquier tonto era capaz
de saber? ¿Esa es su responsabilidad de actor político? ¿Literatura veleidosa,
eso hace la Izquierda ?
Desde luego, hay que celebrar la afirmación de Andrés Rivera, según la cual
quien dice no tener ideología, es de derechas. Eso es hablar elocuentemente de
la falsa conciencia de la clase media: es el deber de un escritor. Eso no se
parece en nada a renunciar por completo al examen crítico de las propuestas de
campaña de dos candidatos a presidente, es arrastrar a la población (bueno, a
una parte de ella) al ofuscamiento y a la falta de sutileza. La Izquierda espera que se
produzcan los acontecimientos atroces de la vida política para después afirmar
“como Izquierda nos pronunciamos así y así”, pero no se aviene a la interpretación
de la historia de este país como una querella entre la intención de formar un
gobierno de participación popular y la de imponer la dictadura del partido
militar, las sociedades rurales, y más recientemente, los medios de
comunicación reaccionarios, los especuladores financieros y los
narcotraficantes. Esta suave crítica a la Izquierda no debe llevarnos, no obstante, a
desconocer que ella sigue siendo un actor importante en la discusión sobre el
emplazamiento del poder real.
¿Y el
radicalismo? Opuesto al régimen conservador desde siempre, ahora se somete a él
casi jactándose libidinosamente de su traición. La derecha no tiene vocación
para nada en particular, pero se ha encontrado con que el fracaso del Tercer
Movimiento Histórico es un banquete que se le sirve demasiado dispendiosamente
como para despreciarse, y se entrega a devorarlo en forma irreflexiva y
furibunda. Y el pueblo, que ya se desembarazó de ese yugo que representa un gobierno
que piensa en él y lo tiene demasiado en cuenta, ha comenzado una escrupulosa
terapia de olvido y negación acerca de dónde reside el poder real y quiénes son
los autores de su propia vejación.
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