miércoles, 27 de enero de 2016

AHORA QUÉ PASA.

Hay que pensar en la naturaleza ética del Nuevo Orden que se acaba de instaurar y sus discrepancias con al anterior. Particularmente, en la concepción del Yo (el agente político o el gobierno) como una “heteronomía esencial”: los que constituyen a ese Yo son los otros a partir de sus actos de designación u ostensión: los otros estaban primero: el “Tu” estaba llamando al Yo antes de que éste sea Yo. Esto era preconizado por el gobierno populista que acaba de salir, con la expresión sumaria La patria es el Otro. La precedencia del Tú subordina al Yo al mandato. Esto no es menos que una especie de apropincuamiento de las relaciones políticas a una ética de la Revelación, y quisiera usarlo como un barrunto ligero, pero explicativo, acerca de las constantes demandas de legitimidad, corroboración, asentimiento, de los gobiernos sudamericanos populistas o progresistas, expresados en un sinnúmero de elecciones, referéndums e interpelaciones al pueblo como un acto continuo de realimentación. El interés de estos gobiernos, o uno de sus laudables intereses, es el de seguir de cerca las aspiraciones sociales para interpretar adecuadamente sus demandas de cambio, mientras la sociedad, como era de esperarse, reacciona frente a eso a través de un juego esquivo y perverso. El dilema del populismo de izquierdas o centro izquierdas es que debe hacer el gambito de tratar a su electorado como si fuese formado, racional y emancipado (por eso los eslóganes del candidato perdidoso en la elección pasada que rezaban “la gente no es tonta”, y así) a sabiendas de que se trata de un público infantil, egoísta y malicioso. Estas relaciones de amor frustrado del gobierno populista con su pueblo (recordemos el aserto de Eva Perón: “si este pueblo me pidiera la vida, se la daría cantando”) son la antesala óptima para el advenimiento de la derecha que sabe como tratar al pueblo dándole el rigor que éste merece y desea.
  El pueblo “empoderado” puede comenzar a abrigar una serie de fantasías megalómanas que no tienen que ver precisamente con una vida virtuosa, sino con la aniquilación propia y ajena, con el usufructuo y destrucción de todo, porque la muerte es hermosa. El pueblo es un elemento ladino que se niega obstinadamente a amar a quien lo ama.       
  Cuando llega la derecha, con una lógica sacrificial: hay que aguantar, soportar, pasar 30 años en el desierto, con políticos que parecen pastores de iglesia electrónica esquilmando a los pobres, sometiendo aviesamente sus conciencias, exige una unción definitiva, inspirada en el viejo contractualismo: una cesión de la soberanía que ya no puede revocarse. El pueblo cede el bastón al presidente y le pide que no lo perturbe, que haga lo que quiera, siempre que conserve la vida y los bienes y encarcele o mate a los ladrones. Aunque parezca mentira, esta concepción anticuada y ramplona de la política inspira a buena parte de las personas que van a votar. No hace falta explicar cómo se lo monta la derecha para implementar políticas que engordan a los ricos y postran a los pobres cuando todos duermen o incluso a ojos vistas.  Para cuando se viene la marea de la disidencia, ya se obturaron todos los canales de debate, interrogación, opinión. El Nuevo Orden habla de “los cambios que todos queremos” afirmando, curiosamente, que deben ser implementados por la fuerza.
  Uno de los peores vicios del progresismo es su falta de lucidez para interpretar el sistema político en el que está inscrito, pero hay que eximirlo de culpa porque no es tarea fácil. El sistema de partidos argentino tiene algo del bipartidismo norteamericano de campaña: el balotaje lleva a una estupidización de los mensajes que se intensifica cuando todos están demasiado cansados para reaccionar. Aunque parezca mentira (de nuevo) el cansancio permea la penetración de latiguillos abstrusos y genera una falta de sentido crítico ante las acusaciones personales más crasas (pensemos en los periodistas norteamericanos que afirmaban “el candidato Obama es un fumador de cigarrillos”) hasta llegar a los estólidos debates televisivos, amañados para que se hable y se interprete lo que quieren los periodistas y filibusteros políticos del establishment.
En otro sentido, el sistema de partidos argentino marca la desaparición de dos fuerzas tradicionales de “centro” a favor de una creciente volatilización: esto es malo para los movimientos “transversales” que quieren captar el voto progresista. El elector se desorienta y desalienta ante una gran diversidad de opciones, como en el caso de la fuerza política llamada “Frente para la victoria” que presentó siete candidatos (¡) a alcalde de la ciudad de Buenos Aires en una elección interna. En eso y otras cosas, el sistema político y de partidos argentino se parece al de algunos países africanos: fuerzas de derechas –durante años representadas por el partido militar- prometiendo mano dura con la corrupción y la insurrección, y un electorado supersticioso y bamboleante que se pregunta “¿habrá que votar a este o al otro?” con una sofisticación adicional: la perfecta inconsciencia de la corrupción moral que representa no tener siquiera una idea política y estar al abrigo de los mass media y el lobby de sus propios malhechores.
 ¿Y que decir de la beldad llamada Izquierda? El regodeo literario de decir que los candidatos de derechas y los de centro son “lo mismo” (después de todo, si uno prescinde de ser lo suficientemente crítico, los pinos y los abetos son “lo mismo”, el Cabernet Sauvignon y el Bonarda son “lo mismo”, Barcelona y Real Madrid son “lo mismo”) culmina en una sorda culpa por el triunfo de la derecha acérrima, acallada por la aseveración, expresada con una sonrisa incómoda, de que la Izquierda “sabía” que la derecha iba traer ajuste…¿Se ufanan de saber lo que cualquier tonto era capaz de saber? ¿Esa es su responsabilidad de actor político? ¿Literatura veleidosa, eso hace la Izquierda? Desde luego, hay que celebrar la afirmación de Andrés Rivera, según la cual quien dice no tener ideología, es de derechas. Eso es hablar elocuentemente de la falsa conciencia de la clase media: es el deber de un escritor. Eso no se parece en nada a renunciar por completo al examen crítico de las propuestas de campaña de dos candidatos a presidente, es arrastrar a la población (bueno, a una parte de ella) al ofuscamiento y a la falta de sutileza. La Izquierda espera que se produzcan los acontecimientos atroces de la vida política para después afirmar “como Izquierda nos pronunciamos así y así”, pero no se aviene a la interpretación de la historia de este país como una querella entre la intención de formar un gobierno de participación popular y la de imponer la dictadura del partido militar, las sociedades rurales, y más recientemente, los medios de comunicación reaccionarios, los especuladores financieros y los narcotraficantes. Esta suave crítica a la Izquierda no debe llevarnos, no obstante, a desconocer que ella sigue siendo un actor importante en la discusión sobre el emplazamiento del poder real.
¿Y el radicalismo? Opuesto al régimen conservador desde siempre, ahora se somete a él casi jactándose libidinosamente de su traición. La derecha no tiene vocación para nada en particular, pero se ha encontrado con que el fracaso del Tercer Movimiento Histórico es un banquete que se le sirve demasiado dispendiosamente como para despreciarse, y se entrega a devorarlo en forma irreflexiva y furibunda. Y el pueblo, que ya se desembarazó de ese yugo que representa un gobierno que piensa en él y lo tiene demasiado en cuenta, ha comenzado una escrupulosa terapia de olvido y negación acerca de dónde reside el poder real y quiénes son los autores de su propia vejación.


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