ENCOMIO DEL FANATISMO.
Bernardo Palissy era hijo de un vidriero, y ejerció el arte de pintar y dibujar sobre vidrio antes de aprender, tardíamente, a leer y escribir. Después abandonó el negocio de su padre y fue a trabajar como agrimensor a varios lugares de Francia y Alemania. Se instaló en Saintes donde se casó y tuvo varios hijos.
Palissy tuvo la
intención de aprender a cocer y esmaltar loza y arcilla. Una vez, al apreciar
una obra de Della Robbia, se sintió fuertemente impulsado a imitar su estilo.
Se dispuso entonces a averiguar por vía de experiencia la composición del
esmalte, con un método, a nuestros ojos, craso y extravagante: comprar vasijas
de barro, hacerlas añicos, y untarlos con variadas mezclas de drogas, para
después cocerlas al horno y evaluar los resultados. Fracasando una y otra vez,
prosiguió durante años con los experimentos, perdiendo tiempo y recursos y
siendo alcanzado por la más ruda pobreza. No pudo seguir solventando su propio horno,
pero siguió rompiendo vasijas, untando los pedazos y llevándolos a un horno que
quedaba a dos leguas de distancia. Esto también
fracasó y debió volver a su profesión de agrimensor. Cobró un dinero por
la medición de unos salitrales y volvió
a romper más de treinta ollas de
barro, untó las piezas y las llevó a una hornilla de vidrios. Los esmaltes se
habían derretido, pero ninguna de las piezas había alcanzado el color blanco de
la loza. Le llevó unos dos o tres años de continuos experimentos lograr que una
vez, una pieza de barro entre más de doscientas tomase un color blanco y
rielante. Incentivado por eso, ocupó un año en construir un horno en su propia
casa, en el que finalmente ingresó unas cuantas vasijas enteras esmaltadas.
Durante seis días y sus noches, Palissy se mantuvo despierto a la espera del
renuente esmalte, que no se derritió.
Totalmente empobrecido, pidió dinero prestado
e inició de nuevo sus experimentos, a esa altura, juzgados como fútiles por su
familia y sus vecinos. Como el esmalte tampoco se derretía, y habiéndose
quedado sin leña, quemó las empalizadas, las mesas, las sillas y las alacenas
de su casa. Su mujer y sus hijos huyeron, pero Palissy esta vez había logrado
que las vasijas estuviesen cubiertas de un bello barniz blanco.
Después de eso construyó un horno al que
juzgó mejor que el anterior, pero tal parece que, como el interior era de
piedra, se rajó y despidió chispas que quedaron adheridas a la piezas y las
estropearon. A pesar de que tenía aún ocasión de venderlas, Palissy las destruyó
completamente, para que no le fueran motivo de descrédito. El mismo ha sabido
relatar sus padecimientos de esa época:
Por espacio de
varios años estuvieron mis hornos sin techo ni protección, y mientras los
cuidaba he estado muchísimas noches a merced del viento y de la lluvia, sin
ayuda y sin consuelo, a no ser que esto lo fuera el maullar de los gatos por un
lado, y el ladrido de los perros por otro. Algunas veces combatía la tempestad
tan furiosamente los hornos, que me veía
obligado a dejarlos y buscar protección dentro de la casa. Transido por la
lluvia, y en un estado tal que parecía que hubiera sido arrastrado por el
fango, me he ido a acostar a media noche o al nacer el día, tropezando al
entrar en la casa a oscuras, y bamboleando de un lado para otro como si
estuviera borracho, y no siendo eso más que el efecto de la fatiga de la
vigilia, y estando lleno de angustia por la perdida de mi trabajo después de
tanta labor…aún ahora mismo me hace admirarme que no haya sido completamente
destruido por mis muchos dolores.
Abatido anímicamente, se dedicó a vagabundear
durante un tiempo, hasta que volvió a su trabajo de agrimensor. Pero al año
siguiente volvió a los experimentos en procura del esmalte, que tardarían aún
más de siete años en dar resultado. Por fin, pudo comenzar a vender sus bellas
y refinadas lozas.
Además de todo eso, se dice que a causa de su
confesión protestante fue apresado y tuvo que sufrir el saqueo y la destrucción
de su taller. Fue condenado a la hoguera en Burdeos, siendo salvado por el
Conde Montmorency que requería sus servicios para hacer pavimento esmaltado. En
París, trabajó para el Conde y la Reina. Sus
escritos, a los que se dedicó en su madurez y que a menudo eran polémicos,
motivaron que se lo encarcelara de nuevo. El Rey Enrique III le encargó
amorosamente que se retractara de su creencia religiosa, pero Palissy le
ofreció una respuesta digna de su obstinación y tenacidad:
Señor: estoy pronto
a dar mi vida por la gloria de Dios. Con frecuencia habéis dicho que teníais
lástima de mí; y ahora soy yo quien la tiene de vos, que ha pronunciado las
palabras me veo obligado. No es ese
el lenguaje de un rey; es lo que nunca podrán obtener de mí, vos ni aquellos
que os obligan, ni todo vuestro pueblo, porque yo sé morir.
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